A veces el nombre de una marca es de uso tan común que el hablante, a quien poco le importan las patentes, los registros y demás zarandajas, hace de la marca una palabra. Y la Real Academia Española, muchas veces, pero no siempre, incluye el término en el diccionario. Digo que no siempre incluye marcas aunque pensemos que son palabras. Pienso en shandy y en casera, por poner dos ejemplos. Cerveza con limón tira que va, pero gaseosa se dice menos que casera, tengo la impresión.

De manera que esas marcas ®egistradas pasan a formar parte de nuestro acervo cultural, de nuestra memoria colectiva. El sueño de cualquier empresa.

Veamos algunas palabras de entre las 142 procedentes de marcas registradas que sí se encuentran en el diccionario y comprendamos que la competencia de esas marcas se tire de los pelos con la RAE:

En España muchos no decimos papel de aluminio, decimos papel albal. Mira que su competencia, Reynolds, se publicitaba en el ciclismo con Perico Delgado como estrella del equipo, pero así somos los hablantes.

Sigamos con más marcas registradas.

No nos basta con enviar un fax, podemos darle un valor fehaciente y lo llamamos burofax.

Los bebés tomaban pelargón o potitos y los niños bebíamos colacao, olvidábamos el dónut y comíamos gominolas y chupachups. No sabíamos lo que era un michelín.

En verano combatíamos a las moscas y mosquitos con DDT, nos compraban un polo (me refiero al helado) y calzábamos bambas en la playa o chirucas en la montaña. Nunca con pinquis porque no existían. Si nos hacíamos alguna herida, cosa frecuente, nos ponían mercromina y una tirita. Si el dolor persistía te daban una aspirina. Cuando íbamos al campo la comida se llevaba en un túper (aunque en aquellos años las más de las veces decíamos fiambrera) y el café o el gazpacho en un termo.

Las niñas jugaban con la barbie y los niños al futbolín y a los vaqueros con nuestro colt. Unas y otros hacíamos figuras de plastilina, pintábamos con las crayolas, hacíamos construcciones con el mecano o jugábamos al ping-pong. Íbamos al cine y veíamos el nodo y alguna peli de óscar en tecnicolor o en cinemascope. En la tele solo había dos canales y no existía el teletexto.

Pasada la infancia y la bici, nos retratábamos en un fotomatón y con el carnet de identidad en nuestro poder aspirábamos a tener un vespino o una vespa. Con la adolescencia conocíamos la gillette, los támpax y los pantalones de tergal, el mismo tejido de la gabardina de Colombo.

Más tarde llegaron el jacuzzi, la licra, los martinis, las medias de nailon y el rímel. Y la vaselina. Del gramófono y el magnetófono pasamos a los walkman. Y nos apuntamos al gimnasio a practicar zumba vestidos con ropa de goretex, que es impermeable y permite la transpiración. Igual te casabas y te ibas de luna de miel a Canarias en aerobús. O ibas a Sevilla en AVE.

Los domingos mi madre hacía pollo al horno en fuente de pírex y patatas fritas en la sartén, naturalmente sin teflón. De postre bizcocho con maicena o con royal que preparaba en la túrmix. En la mesa comíamos sin tabasco en vajilla duralex y al terminar, el abuelo se sentaba en su sillón de escay, se bajaba el volumen del sonotone y se fumaba un faria con el nescafé con la leche siempre en botella de cristal, no en tetrabrik.

De niño no sabía que duralex procede del principio del derecho romano dura lex, sed lex: la ley es dura, pero es ley.

En la oficina no teníamos wifi, pero había un paquete de pósit, un rollo de papel celo, un bote de típex en cada mesa y jugábamos a la quiniela con el sueño de no volver a trabajar.

Vivimos tiempos de gulas, de bitcóins, de bótox, de clínex, de estanterías de pladur y de pastillas viagra.

Gracias a este artículo y a estas 77 palabras que aquí dejo, puedo navegar en zódiac sin traje de neopreno por mi vocabulario y por mi vida. Ambas cosas están íntimamente unidas, como con velcro.

Hay una palabra entre las marcas registradas que es una rareza entre rarezas. Te cuento. Existe una marca de cera para coches llamada Simoniz, como puedes comprobar en la foto. Es la única marca que en vez de un sustantivo, como las otras, da lugar a un verbo: simonizar, cuyo significado en Ecuador, Panamá y Perú es ‘encerar la carrocería de un automóvil’.

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